sábado, 19 de mayo de 2007

No sabes la contractura que tengo!


Hola, soy Fina. Rebecca me invitó a que, cada tanto, escriba algunas líneas. Me pareció ideal porque siempre quise hacer eso. Desde chica, que intento hacer fuerza para grabar en mi cabeza alguna cosa que pasa, aunque cotidiana, para contar. Lo cierto es que, a veces, la memoria me falla. Y más ahora, a esta edad. Pero veo que la Rebe tiene esta idea de traer a este maravilloso espacio las sensaciones que tuvo a lo largo de su vida y me sumo a eso, plenamente. No así, mi hija que no apoya mucho la idea de que diga "todo", piensa que la voy a comprometer con algo jaja, que divertida que es. Mi vida fue más allá del nacimiento de mis hijos. Aunque importante, no dejé de ser una mujer, de ser persona, con todo lo que eso implica. Digo, la maternidad no acaba con la mujer, chicas. Además, ayuda a darte cuenta todas las cagadas que te mandaste en el papel de hija. Como siempre digo, de toda experiencia se aprende y se construye. Ahi nos ven en la foto, nunca salgo favorecida. Soy seria igual, pero internamente me divierto muchísimo. Me rio de los demás, de las circunstancias de "mala suerte" y, especialmente, de mí...

Camino por Av. Santa Fe al 2300 y me refugio debajo de un techo para no mojarme tanto. Pienso cientos de veces en la posibilidad de tomarme un taxi de Paraná, pero por más que ahora tenga el dinero, sé que lo necesitaré más adelante para otra cosa, tal vez, más importante. Así que, veo venir el 60 y salgo corriendo debajo de la parada para estirar el brazo y rogar que frene, porque los días así van lleno de gente y, a veces, no paran. Pero esta vez tuve suerte, me paró. Me subo.

-Ochenta por favor.

-Hasta dónde va, señora?

-Hasta Barrancas de Belgrano, le digo segura.

-Ah no, desde acá es uno veinticinco.

Me maldigo por dentro por ser honesta, tengo las monedas contadas, y pienso que, de todas maneras, cuando me siente averiguaré dónde cambia la sección, así, el próximo viaje saco de $0.75, o a lo sumo de 1 peso y, si me pregunta, voy a saber decirle o mentirle, como hacía en el secundario con el legendario 174 Humboldt. En fin, intento una vez más:

-Pero estoy yendo a Capital, ¿no sale ochenta?

El chofer me mira indignado por el espejo porque piensa en que quiero sobrepasarlo y me dice secamente:

-De acá es uno veinticinco.

Rápidamente, toca el teclado que tiene a su derecha y se escucha el ruido de la máquina que marca efectivamente eso, esperando a que las monedas ingresen. Entonces pienso: bueno, ahora saco lo que me pide y después cambio para la vuelta, pero no sé si llego ahora con las monedas. Mientras, desespero buscando en los bolsillos, sigo escuchando el ruidito de la máquina que espera: trak trak trak . Segunda parada, sube más gente. También esperan impacientes a que haga lo que me pide esa maldita máquina. Encuentro moneditas de a $ 0.10 y llego a pagar justo el boleto. La gente sopla como molestos porque solo piensan en que quieren llegar a su casa y, por lo tanto, no esperar más para hacer lo mismo: Obedecer lo que quiere esa máquina. El chofer vuelve a mirarme por el espejo indignado, se pone nervioso, acelera y frena bruscamente. Se me cae una moneda al suelo y rueda. No la veo, y rezo por encontrarla porque percibo que están al borde de decirme algo. La chica que estaba sentada en el primer asiento la encontró y me la dio. Con un gran suspiro de alivio le agradecí con una cálida sonrisa e introduje la moneda. Pasó de largo y, para colmo de males, se superó el tiempo para hacer lo que te pide, que parece sencillo, ¿verdad? "Cancelación", dice la pantallita y el chofer volvió a marcar.

-Pongalas otra vez, dice con un tono poco amistoso.

Así es como empiezan a caer todas las monedas juntas y espero a que terminen de caer, no sea cosa que se me caigan al suelo otra vez. Tercer parada, sube más gente. Entonces, los que ya estaban esperando me empiezan a apurar. Tengo mucho calor y lo único que quiero es que me de ese maldito boleto. Meto de a una las monedas, porque por experiencias anteriores sé que, si las metes todas juntas, lo más probable es que no te las acepte, y pasen de largo. Aun así, una moneda de $0.10 vuelve a caer y sospecho que era la misma que la vez anterior. En ese momento, recuerdo un truquito: la raspo contra la maquina y la meto en esa boca horrenda que no deja de hacer ese ruido trak trak trak, esperando a que ejecute. La aceptó y cayó el boleto. Vuelvo a suspirar de alivio. Lo logré. Pude despersonalizar a la máquina, al menos, hasta el próximo viaje. Porque, a decir verdad, es feo ser consciente de que fue ella la que me cosificó.

lunes, 14 de mayo de 2007

Al confesionario


Creo que ha llegado el momento de decisiones y eso me angustia bastante. Sí, creo que es hora de que lo admita. Llegué hasta acá, y ahora quisiera empezar a construir todo otra vez. Pero esta vez, haciendo cosas que realmente me gustan, sin importarme lo que piensen los demás. Sí, me gustaría vivir del arte, vecina! Me imagino echada arriba de un sillón doble, verde, medio gastado, pensando en cuál sera la próxima foto que voy a sacar. Buscando caras para modelar. Despreocupada del tiempo. Nadie me apura, es para mí lo que hago. Tengo tiempo libre y lo uso mucho. Ya no es tan libre igual. Sin embargo, sé que de ésta manera soy más feliz que siguiendo por el sendero que me marca la señora sociedad. Estudiar, recibirte, tener tu auto, tu casa, enamorarte, ser fiel, casarte, tener hijos, hacer de madre, esposa, ama de casa (Dios mío, cocinar!) me aburre saber que es lo que me espera. Me gusta más no creer en el destino. Porque además, ese destino cuesta mucho conseguirlo. ¿Y qué si lo dejo todo? ¿Quién me castigaría por eso? No quiero volver y eso está claro. ¿Cómo quedarme acá pero sin ir a San Isidro todos los días? ¿Cómo lo consigo?. Busco todos los días algo, una pista para que se me encienda la lamparita, pero nada. Sigo en la búsqueda. Me causa gracia cuando lo cuento porque observo las caras que, sin querer, me responden. Y me miran como diciendo: ¡Uy, flaca estás hasta las manos!. ¿Lo hablaste con Lidia? Es la pregunta obligada y la verdad es que la tengo harta con eso. No. No soy judía. Basta con eso. ¿Cuál es la necesidad de estar remarcandolo todo el tiempo?. Yo no ando diciendo por ahí, a cada uno que conozco, yo soy católica pero ya no lo practico. Ni como está compuesta mi familia, ni si ellos son católicos, o si mi mamá o mi papá lo son, como para legitimar. ¿Es necesario remarcarlo tanto? No necesito una religión para tener identidad. Prefiero ser solo una crota que viaja en busca de sí misma.

Una de las tantas mañanas


Bocinazos. El semáforo titila en amarillo. La gente cruza rápido entre los autos, se meten por la boca del subte, otros esperan fastidiosos al colectivo que está parado media cuadra atrás por el tráfico. Otros, hacen malabares. Y yo, semi dormida arriba del remis. De todas maneras, no me deja de sorprender, no puedo dejar de observar. La gente no piensa en que puede haber otra posibilidad. Hay que correr, rápido, todo rápido. Y de repente, una poesía. Que te frena y te hace reflexionar acerca de lo que ves, de la opresión de cumplir con los horarios. Pero el horario nunca cumplió conmigo, al contrario, no le debo ningún favor, cada día envejezco más. Lo único placentero es ese olor a medialunas recién hechas. ¡Lo que daría por unos mates calentitos! En cambio, la radio esta encargada de recordarte por dónde debes ir, qué ponerte, en qué pensar. Algún que otro comentario del chofer, que no contesto. Estoy demasiado dormida. Godoy Cruz y Santa fé. 8.30 de la mañana. Me falta tanto para llegar a San Isidro. Otra vez tarde. ¡No llego a tomarme el tren!, pienso.¿Podremos ir un poco más rapido, señor? Gracias.