martes, 10 de julio de 2007

A modo de cierre



“La ultima vez que nos vimos éramos primos, la próxima vez tal vez seamos extraños”

Era verano del 45, tenía 28 años y había mucha gente en la plaza. Hacia realmente mucho calor. Parecía que había vientos de cambio pero lo cierto es que los temas de fondo siempre quedaron inconclusos, hasta el día de hoy. Sin embargo, ¡Qué lindo es saber que uno es parte de un proceso histórico! En los libros de historia no leo mi nombre pero sé exactamente en qué lugar estaba parada en aquella famosa foto.

Ese mismo día, me despedía de mi primo. Nadie sabía que se iba, solo yo. Habíamos estado hablando de eso durante mucho tiempo, madurándolo, y lo cierto es que era conveniente para él, aunque me negaba a convencerme. Era soltero en aquella época y no le costaría tanto pasar por circunstancias que ni él mismo se imaginaba que iba a sucederle, porque su deseo era mucho más fuerte.

Lo acompañé hasta Ezeiza, para que tomara su avión a destino. Me sentía muy fuerte al lado de él porque, además de haber crecido juntos, era un gran compañero. Yo no tuve hermanos varones mayores que yo, así que lo había tomado a él como reemplazo de esa carencia.

Una vez allí, me tomó de la mano y me dijo:

-Rebecca: es hora de aplaudir. Y aplaudió.

No entendí bien lo que me quiso decir, pero no quise preguntarle. Èl tenia esa manía de decirme este tipo de cosas que luego solo se descifraría. Y lo cierto es que me encantaba descifrarlo.

Así partió.

Por mucho tiempo no dejé de pensar en ese momento, en esa imagen de él en el aeropuerto, aplaudiendo. ¿Qué habría querido decir? Me encantaba sacar conclusiones y anotarlas en mi cuaderno de manera que, cada vez que releía encontraba un nuevo significado. Y a su vez, lo resignificaba. A medida que iba pasando el tiempo parecía convertirse en un personaje de alguna historia que me habrían contado de chica, hasta el punto en que su cara era otra y era distinta cada vez.

Luego de 35 años, en pleno Corrientes y Callao de aquella nefasta época verde falconeada, me crucé con un jóven que vendía no sé qué cosa en la calle y cuando pase por su lado me dijo:

-Señora: no hay otra alternativa, tenemos que aplaudir para que se vayan los miedos. No hay cosa más horrenda que el silencio porque esconde más de lo que se puede decir.

Y justo en ese momento, finalmente, comprendí.

Adiós.